El espía: Américo Balbuena el policía que filtró información durante diez años de la Agencia Walsh
La semana pasada comenzó en los Tribunales de Comodoro Py, el juicio por el espía infiltrado en la Agencia de Comunicación Rodolfo Walsh, entre los años 2002 y 2013. Américo Balbuena es uno de los imputados por el delito de abuso de autoridad de funcionario público, junto con sus ex jefes Alejandro Sánchez y Adolfo Ustares. Ya en la etapa de alegatos, la condena social es el faro de este juicio que permitió visibilizar una práctica del Estado que se sostiene desde décadas.
A poco de cumplirse 47 años del último golpe cívico militar en nuestro país, este juicio reaviva las discusiones en torno a las funciones que competen a un Estado democrático. Desde la conformación inicial del Estado Nación, las Fuerzas Armadas participaron activamente en la vida política del país. La intervención a lo largo de todo el siglo XX en seis Golpes de Estado, constituyó un determinado imaginario de aceptación social, donde la politización de las Fuerzas Armadas, constituía parte del escenario político de lo posible en nuestro país. La vinculación de éstas con la política y la subordinación de las policías, fueron prácticas y definiciones que se constituyeron como elementos pre figurativos de las formas que adquiriría el Estado durante la última dictadura en 1976. Con la apertura democrática en 1983 se intentó, de diversas formas, correr progresivamente a las Fuerzas Armadas de la arena política.
Esta prolongada historia golpista, cuyas consecuencias también son parte de la profundización de un modelo capitalista-liberal, ha ganado en el presente una condena social extendida por amplios sectores de nuestra sociedad. Sin embargo, la policía comenzó a tomar un lugar central en estas relaciones, reconfigurando el poder de control civil desde los distintos atributos que los gobiernos le fueron confiriendo. En diálogo con Una Radio Muchas Voces, Oscar Castelnovo -uno de los denunciantes en el juicio- destacó cómo “este cuerpo de agentes de inteligencia de la Federal, es uno más de los que existen en el país. Todas las fuerzas de seguridad hacen inteligencia a las organizaciones populares, gobierne quien gobierne”.
Américo Balbuena era integrante del Cuerpo de Informaciones de la Policía Federal, había sido compañero de escuela primaria del Fundador de la ex Agencia Walsh, Rodolfo Grinberg, con quien se reencontró en la Escuela Terciaria de Estudios Radiofónicos (ETER). Finalmente, según explicó Grinberg a Télam, empezó a sospechar cuando la periodista Miriam Lewin -actual Defensora del Público- le informó que Balbuena era miembro de esa fuerza de seguridad.
Los intentos por desmilitarizar la política por parte de los gobiernos a partir de 1983, no sólo no consiguieron desmantelar el aparato represivo, sino que la actuación policial fue ganando poder y control territorial. “Parte del aparato represivo del Estado sigue vigente”, dice Castelnovo y asegura cómo después de que Balbuena se infiltrara en la Agencia, siguió con los familiares de la tragedia de Cromañón, estudiantes de la Federación Universitaria de Buenos Aires (FUBA), partidos de izquierda, organizaciones contra la trata, o los familiares de los submarinistas del ARA San Juan. “Esto es una práctica permanente de quienes gerencian el Estado”, asegura.
Vale recordar algunos proyectos a lo largo de estos años que habilitaban el espionaje como la sanción de la Ley Antiterrorista en el 2011, o el proyecto X, de inteligencia y espionaje sobre militantes y organizaciones sociales. La gendarmería en los barrios y la ampliación del poder a las FFAA, han ido configurando el rol de las fuerzas de seguridad para el control de la población civil en todas sus áreas.
Escuchá la entrevista realizada en Una Radio Muchas Voces
¿Qué hacía Balbuena?
Entre algunas de las escenas que Oscar describió, recordó cuando un día, a poco de cumplirse un nuevo aniversario del último Golpe de Estado, se encontró con una publicación de la Agencia que anunciaba una misa convocada por familiares y amigos de muertos por la subversión, “un engendro fascista que generó la propia dictadura militar”, explica.
Ese día había reunión y Castelnovo consultó quién había hecho esa publicación:
– La agenda la lleva Américo –le respondieron.
-¿Vos publicaste esto? –le preguntó Castelnovo a Balbuena.
-Estamos en democracia, estamos en democracia –le repitió, varias veces el ex policía.
Así, desde un lugar de ingenuidad, generaba en el resto un efecto complaciente: “dejalo es Balbuena”, le decían sus compañerxs a Castelnovo. Pero Américo Balbuena trazaba perfiles, relevaba un registro de antecedentes de las personas que integraban determinadas organizaciones y ese tipo de situaciones le permitía ver las distintas reacciones que se generaban. Esa información la volcaba en las fichas de militantes políticos, hoy constituidas como pruebas, encontradas luego de un allanamiento en el Cuerpo de Informaciones, del Departamento Central de la Policía Federal.
Otra de sus prácticas, era conversar durante horas con referentes gremiales o familiares de víctimas de gatillo fácil o de desaparecidxs. Grabaciones extensas que luego no se veían reflejadas en ninguna nota. Como periodista de la Agencia, tenía el salvoconducto para entrar a determinados lugares, incluso en las casas de esos familiares.
Durante el juicio, de los tres acusados, Balbuena fue el único que habló. Dijo que lo hacía como hobby, después como una pasantía no rentada. La realidad es que no va a recibir un castigo serio, “lo único que encontraron nuestros abogadxs es abuso de poder de funcionario público que son dos años y es excarcelable”, dice Oscar y asegura que ya tiene una muy buena jubilación por haberlos espiado.
Miriam Bregman, abogada de la causa junto con Liliana Mazea y Matías Aufieri, del Centro de Profesionales por los Derechos Humanos (CeProDH), ha señalado esta causa como un caso paradigmático, que da cuenta de la existencia de cuerpos de inteligencia organizados aún vigentes en nuestro país, orgánicos al Estado Nacional: “en ese momento creo que había cien Federicos -recuerda Oscar- así se los llamaba a los Balbuena, capaz que no los conocen a todos, porque es secreto, si revelas su identidad, es un delito”. Los dos jefes de Balbuena, Alejandro Sánchez y Alfonso Ustares, también imputados, pertenecían a la División Análisis de Seguridad Interior de la Policía Federal y sus agentes secretos eran conocidos como “los plumas”.
Dos años después de semejante cimbronazo, la Agencia Walsh se disolvió. Oscar Castelnovo siguió en Agencia para la Libertad, pero “mucha gente quedó desbastada con todo esto”.
El espionaje político se fue conformando como parte de las prácticas de las instituciones policiales en nuestro país organizadas alrededor de una cultura del secreto, que tiene casi 100 años de inherencia en el Estado Nación. Balbuena se infiltró en una agencia de noticias, un trabajo incompatible con su función de policía según la Ley de Inteligencia, sin embargo la justicia no puede condenarlo más de dos años. Por eso, desde las organizaciones y la querella destacan la importancia del juicio como un vector para lograr una condena social: “estamos contentos de haber hecho lo que hay que hacer, luchar con las herramientas que tenemos, con una justicia que no es la nuestra”, concluyó Castelnovo.
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